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Italia sin pizza. París sin la Torre Eiffel. Rusia sin nieve. Hay cosas sencillamente aberrantes que sólo podrían imaginarse en un escenario post apocalíptico.

Sin embargo, durante un tiempo la letra eñe, esa pequeña grafía con encierra tan grande identidad cultural, se encontró en verdadero peligro de desaparecer. Y no es exageración.

Esto ocurrió cuando las empresas tecnológicas se unieron para intentar incorporar en el mercado hispano sus teclados anglosajones, en un claro intento por ahorrarse los esfuerzos de producir para usuarios del español y aprovechar su manufactura angloparlante con la salida fácil de convertirlos en “lo estándar”. Aunque puede sonar a un caso aislado e infructuoso, la realidad es que esta iniciativa contó con el respaldo de la Unión Europea, la cual consideró que lo estipulado por el Gobierno español –en el sentido de impedir tal comercialización por su afectación directa al idioma nacional – era “una medida proteccionista que violaba la libre circulación de mercancías”.

No debemos minimizar los riesgos que corrió la eñe. La tecnología es uno de los mayores agentes de cambio social. Ciertos momentos disruptivos en la historia de la comunicación, la lengua y la literatura (como la invención de la imprenta, la era del Internet, la globalización y sus tratados de libre comercio, el advenimiento de las redes sociales, entre otros) así lo han probado.

a pesar del gran protagonismo del idioma español en el mundo, donde habitan 442 millones de hablantes nativos (cifra 2018), siendo la segunda lengua más usada a nivel nativo del planeta después del chino y por encima del inglés (con 378 millones de personas) según la página especializada Ethnologue, la trágica muerte de tan amada letra parecía inminente.

Defendiendo el mayor símbolo de nuestra lengua

Eran los años 90 y durante esa época, previa a las redes sociales y en pleno descubrimiento de los alcances que la era Web llegaría a tener, el gran poder de las masas se dejó ver como en muy pocas ocasiones había sucedido. A esta lucha sin cuartel, dicen los semiólogos que han estudiado estos acontecimientos, contribuyó en gran medida el fenómeno climatológico El Niño, que tuvo al mundo entero expectante de las noticieros.

Millones de personas, desde sus respectivas trincheras, se manifestaron en contra de permitir tal iniciativa. Una campaña quijotesca, especialmente si se considera que a los gigantes comerciales casi nunca se les vence.

Pero la Ñ es un símbolo de orgullo de nuestra lengua. No es, por supuesto, un asunto trivial.

Así que, ni tardo ni perezoso, el mismísimo García Márquez declaró que era " escandaloso que la Comunidad Europea se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe sólo por razones de comodidad comercial". Y la mente a quien debemos el maravilloso mundo de Macondo, no paró ahí: “los autores de semejante abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos”.

En efecto, la Ñ no existía en el griego y el latín, origen de las lenguas romances actuales, una de las cuales es el castellano. Solo existía la N, que a comienzos de la Edad Media se reforzó con otros signos, especialmente la I, la Y, la G, e incluso la N duplicada.

Al aparecer las lenguas romances vulgares, la duplicidad (por ejemplo en "anno") se empezó a transcribir con un guion encima, que indicaba que se repetía la letra. Este rasgo caracterizó al español frente a otras lenguas, que acabaron aceptando la n con otra letra para imitar el sonido: "ny" en provenzal y catalán; "nh" en portugués; "gn" en francés e italiano.

A Gabo, además de la Real Academia de la Lengua Española, le siguieron muchos otros importantes pensadores, como la argentina María Elena Walsh. La escritora y cantautora publicó una hoy famosa oda a la eñe:

No nos dejemos arrebatar la ñ

La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe.

¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe!

Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración.

Ya nos redujeron hasta la apócope.

Ya nos han traducido el pochocho.

Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~.

¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños?

¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces?

¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán Añoranzas?

¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo?

¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio?

¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní?

"La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones.

Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui.

A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta.

Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad.

Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos!

Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece.

Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta.

No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio.

Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania.

La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software.

Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.

Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet!

La eñe también es gente.

… Todos estos esfuerzos conjuntos lograron su cometido y así, como podemos apreciar, la Ñ sobrevivió a los atentados más fortalecida y parece clamar... ¡Larga vida al español, sí, señor!

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